No me niegues en domingo, porque en domingo me convierto en
la nada, en lo inverso y dócil de los grandes bocados.
No me dejes en domingo, porque en Domingo no sueño, no velo
el día, lo gasto con los ojos pausados.
No me olvides en domingo, porque al final nos encontramos
como sanguijuelas, esperando el néctar del malgastar el día.
No me arrojes por los nubarrones de un domingo porque aún
con sol me congelo.
No me invites al azar en un domingo porque los domingos no
me encuentro en simetría mucho menos con la suerte.
No me toques con el áspero rutinario reloj de un domingo
porque ya me consumí en su arena.
No me hables de renacer en un Domingo, suficiente con el
hecho de haber nacido en uno, día parásito, inútil, en el que las parejas se besan sin plata en
los bolsillos, pero con palomas horribles y niños colmados de imprudencia rodeándolos
y representándose como supuestas bendiciones.
No me hieras en Domingo, los Domingos ya me duelen en lo absurdo.
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